Desatando pañuelos de bruma
hace algunas horas que perdí la suma
(desde el rompeolas me alejo de ti)
vuelo equivocado, tu voz es el viento
que rompe las olas.
El rompeolas de la fotografía está en Bilbao, cerca de las Arenas.
No es una buena foto, pero importa más que, al mirarla, puedo oler el salitre del agua y sentir las piedras como cuchillos, como aquella tarde de pies descalzos y sueños dormidos, y puedo verlo todo desde allí, si cierro los ojos. Y escucho el viento llevando lejos las risas y la tristeza. El tacto de unas manos vagabundas que me buscaron un tiempo.
Nadie nos enseña de niños cómo decir adiós. Y despedirme es lo más difícil que hice hasta ahora.
Nadie nos dice que los recuerdos no mueren, que se estancan en la memoria, que se pierden en los cajones de la ropa interior.
Nadie nos promete que todo saldrá bien.
No es una buena foto, pero importa más que, al mirarla, puedo oler el salitre del agua y sentir las piedras como cuchillos, como aquella tarde de pies descalzos y sueños dormidos, y puedo verlo todo desde allí, si cierro los ojos. Y escucho el viento llevando lejos las risas y la tristeza. El tacto de unas manos vagabundas que me buscaron un tiempo.
Nadie nos enseña de niños cómo decir adiós. Y despedirme es lo más difícil que hice hasta ahora.
Nadie nos dice que los recuerdos no mueren, que se estancan en la memoria, que se pierden en los cajones de la ropa interior.
Nadie nos promete que todo saldrá bien.