Nada.
No pegaba nada con tanta lluvia,
esa chaqueta de angorina rosa y botones de nácar
que él me regaló.
Tampoco encendimos una velita al apóstol,
porque un niño a nuestro lado acababa de darse un cabezazo
tremendo contra la pila bautismal,
y que hubo que consolarlo hasta que llegaron sus padres.
El museo nos desilusionó.
Yo me puse rara y él venga a mirar al cielo,
y al final un paseo dudosamente conciliador por los
soportales
-basta que a mí me hicieran gracia los punkies, para que
a él lo escandalizasen-,
después de mi vaso de leche y su maniática ginebra
"MG con Schweppes de naranja, por favor".
Ah,
se me olvidaba contaros
que el frío fue la nota predominante del día
y que la noche, a pesar de todo, la pasamos juntos.
Espalda contra espalda.
Estos versos pertenecen a la poeta española Almudena Guzmán. La descubrí hace tiempo, pero no me había detenido en buscar otros poemas suyos.
Es una voz femenina y sensual. Puede no gustar a algunos, pero yo encuentro en ella una sensibilidad extraordinaria. No cae en la teatralidad o el dramatismo y se muestra sincera, desnuda. Habla del amor y el desamor en los gestos cotidianos. Son precisamente esas pequeñas cosas las que no aparecen en los sublimes poemas amorosos de otros tiempos. Son precisamente pequeñas cosas las que uno siempre acaba echando de menos. Y también son otras pequeñas cosas las que acaban minando el sentimiento.