(La campana de cristal)
Estas palabras pertenecen a la fantástica obra de Sylvia Plath, escritora que tuvo la delicadeza de preparar la cena para su marido y sus hijos antes de meter la cabeza en el horno para suicidarse.
Recuerdo cómo me contaste esta historia la primera vez, en un cambio de clase, en la Universidad. Recuerdo que empecé a pensar en Sylvia y que no dejé de preguntarme por qué habría hecho eso hasta que leí su novela. Quizá la respuesta está en este fragmento, o tal vez ella estaba completamente loca desde niña.
Echaré de menos que me cuentes historias como ésta. Tu ironía. Tu manera de decir las cosas tan claramente. Los sueños compartidos. Cómo coges el cigarrillo entre los dedos. Hablar de tus viajes.
Un besazo, Esther y ¡demuestra lo que vales a esos redactores de la Vanguardia!
Recuerdo cómo me contaste esta historia la primera vez, en un cambio de clase, en la Universidad. Recuerdo que empecé a pensar en Sylvia y que no dejé de preguntarme por qué habría hecho eso hasta que leí su novela. Quizá la respuesta está en este fragmento, o tal vez ella estaba completamente loca desde niña.
Echaré de menos que me cuentes historias como ésta. Tu ironía. Tu manera de decir las cosas tan claramente. Los sueños compartidos. Cómo coges el cigarrillo entre los dedos. Hablar de tus viajes.
Un besazo, Esther y ¡demuestra lo que vales a esos redactores de la Vanguardia!