miércoles, 4 de julio de 2007

Pequeños regalos XIII

Espero, Pancho, que no seas supersticioso. Y siento el apelativo, pero yo nunca podré llamarte de otra forma.

También un pequeño regalo para ti, que sé que te embarcas en una aventura "yankie" y que echarás de menos España tanto como yo.

Un fragmento de La balada del Café Triste, de Carson McCullers, una de mis autoras preferidas, para que puedas refrendar a Victor que no todo lo que sale de América es falso y comercial, que no todo son las hamburguesas, el patriotismo y el careto de Bush.

Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es solamente un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo el amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante sólo puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra.

Nos vemos a la vuelta.