Es emocionante estar en el centro de la Puerta del Sol y darte cuenta de que todo lo que está sucediendo a tu alrededor estará escrito en los libros de historia. Pero es más emocionante saber que un movimiento social espontáneo, que parte de esos jóvenes que dicen que no saben ni por dónde nos andamos cause revuelo internacional y tenga la capacidad de mover a miles y miles de personas y de salvar por fin el miedo de decir lo que pensamos de estos políticos que salen de su Mercedes para entrar en una habitación de hotel, haciéndonos creer que desde allí se puede resolver algún asunto.
En la acampada de Sol se forman corrillos y se debate sobre sueños, no sólo sobre números, leyes o reformas. Hay un clima pacífico y respetuoso. Cuando se grita, se grita con ganas, pero no hay en general insultos, ni descalificaciones. Los coros que claman que "no nos representan" o que "lo llaman democracia y no lo es" no hacen más que confirmar un sentimiento que ha ido creciendo en los últimos años en todas las conciencias.
Que esta crisis nos la estamos comiendo los jóvenes es algo que todos sabemos, no necesitamos mítines ni promesas, sino actuación, y eso es lo que se ha conseguido en Sol, votando a mano alzada (o haciendo los cinco lobitos, como lo denominaban los simpáticos contertulios de Intereconomía) y logrando hacer partícipe a los ciudadanos por fin de una idea de gobierno de verdad para todos. Y no para unos pocos.
La clave del éxito de este movimiento son las ganas, la ilusión, la no violencia, la comunicación, la buena organización, eso de que "es más lo que nos une que lo que nos separa" (apelando a una famosa frase del Che) porque a pesar de lo que quieran vendernos algunos medios, en Sol hay gente normal, chicos y chicas que madrugan para estudiar o para ir a su trabajo, señoras que llevan el tupper por la mañana a los acampados y que se alegran de ver que por fin los jóvenes hemos despertado, trabajadores fijos y temporales, parados, estudiantes, inmigrantes, personas de todas las ideologías y color político, hombres y mujeres que vivieron con esperanza el comienzo de la democracia y que han ido presenciando cómo se corrompía y agonizaba. Todos.
Y todos lo pedimos todo, porque ahora mismo poco nos queda. Una educación más libre y que nos enseñe a pensar, a ser críticos, tolerantes, solidarios; un estado verdaderamente laico; un acceso libre a la cultura, al cine, a la música; una preocupación mayor por el medio ambiente (que a este paso, nuestros hijos heredan un desierto), el uso de energías renovables; una reforma de la ley electoral para que sea más justa; un desarrollo sostenible; un mercado que no nos ahogue; la posibilidad de comprarnos una casa sin hipotecar nuestra vida y de tener un trabajo en el que se nos reconozcan años de preparación y de esfuerzo... en realidad nada de esto debiera calificarse como excepcional. Aunque hoy día lo sea. Así que hay que seguir luchando para producir un cambio social. Uno grande, aunque se vaya conformando con pequeñas cosas. Y poquito a poco.
Las utopías, dicen, no son sueños imposibles, sino imposibilitados. Pero ya nada puede imposibilitar esta revolución. Así que, tal vez, OTRO MUNDO SÍ ES POSIBLE.