Una vez me dijo mi maestra de Reiki que a veces vas dejando pedacitos de ti mismo en diferentes lugares y cuando quieres darte cuenta de la desintegración que sufres, tienes que volver atrás para recogerlos uno a uno.
Cuesta descubrir en realidad quiénes somos. El otro día vi mi curriculum vitae y casi me caigo del susto. ¿Cuenta ese papel lo que yo soy?
Pienso que todos los roles creados que la sociedad nos impone no nos definen. Ser médico, jardinero, abogado, estudiante o mecánico no dice nada en realidad, porque lo que somos es algo más profundo. Más esencial.
Nos educan muy poco en la libertad de elegir y sí en la de obedecer, en la de producir y en la de competir. En esto la sociedad tiene buena parte de culpa. Nos educan muy poco para ser felices con lo que decidimos ser. O con lo que en realidad somos. No hay más que ver a los padres a los que su hijo les dice que quiere ser chófer de autobús, astronauta, por ejemplo, o yo qué sé, taxidermista, y ellos van y dicen “no, Manolito, que tú lo que tienes que hacer es estudiar para abogado”. O aquellos padres que tienen siempre miedo, "no Pepito, eso no que te haces daño", o todo les parece una afrenta, "no saltes", "no digas esas cosas". Y luego está esa exigencia de encajar en el mundo, en el sistema, de convertirnos todos en autómatas como en el Mundo Feliz de Huxley.
A veces ni siquiera lo que hacemos dice lo que somos. Actuamos con miedo, con recelo, con impulsividad, con temeridad incluso. Podemos ponernos la máscara que más nos convenga y echar a andar con la sonrisa pintada.
¿Qué dice entonces lo que en realidad somos?, me preguntaron unos amigos hace un par de días durante la cena. Si no es tu forma de vestir, ni la música que escuchas, ni tus gustos culinarios. Porque yo creo que todo eso cambia a lo largo de los años. Se transforma.
Recordé al Principito. De Saint-Exupery nos dice que nunca definimos a las personas por lo que son, sino por las cosas más banales (la edad, la profesión, el color de su pelo). No decimos a qué huelen, o cómo suena su voz o su sonrisa. No decimos si hay sensibilidad, duda o energía en sus palabras. Si besan lenta o torpemente (en el caso de haberlo probado). Si su tacto es cálido o frío.
Alguien me dijo que las personas que se cruzan en nuestro camino nos recuerdan cosas. A veces nos recuerdan lo que somos, si es que lo hemos olvidado, y nos hacen recomponer el puzzle. A veces nos hacen replantearnos nuestras elecciones.
Quizá sí podemos ser lo que queramos. Crear lo que queramos ser. Reflejar lo que sea en los demás. Y convertirnos en lo que de niños habíamos imaginado.
Quizá solo hay que tener valor.