"En los jardines de Francia se ven rosas muy bellas que, cuando descarga la tormenta, quedan empapadas de agua sin haber perdido una hoja ni desarrugado un pétalo. La lluvia resbala por ellas en forma de gruesas perlas que no consiguen penetrar hasta el corazón más que poco a poco, muy lentamente." (Los perros y los lobos, de Irene Nemirovsky)
Así ocurre con algunas personas. Son impenetrables. El corazón les suena como una caracola, como si el mar estuviese encerrado dentro. Como si la circulación sanguínea tuviese el ritmo de las mareas. Como si las olas se tragasen las huellas de la vida al instante. Solo lentamente el agua se filtra por el escudo que forma la concha. Y deja escapar alguna lágrima.