Es difícil reconocernos debajo de los disfraces cotidianos. Difícil separar lo que heredamos de nuestros padres. Deshacernos de esos patrones aprendidos de niños. Y de esos patrones adquiridos más tarde, cuando nos hicieron daño. Resulta que, al final, somos una cosa y la otra. Según el interruptor activado para la ocasión.
"Estamos hechos de mil otros. La ilusión es el yo que pretende ser uno.", leí hace tiempo en una exposición de retratos. Y nuestro retrato puede cambiar de la ira a la dulzura y de la reflexión a la payasada, de la humildad al gélido orgullo, de la superficialidad a la sensibilidad más profunda.
Pero ¿quiénes somos en realidad? Somos las palabras que decimos o las que escribimos, los actos que realizamos o los que dejamos por hacer, el rostro que mostramos o el que se refleja en el espejo.
Estamos hechos de mil otros. Aprendemos patrones de conducta. Adoptamos las estrategias de otros. Nos pintamos la cara a la mañana. A veces, el bigote, la aflicción, la risa. Y salimos a este caos que es la vida y que no adivinamos que traerá consigo.
Cirlot, en un poema del ciclo de Bronwyn, decía algo así: yo no sé quién soy, "pero voy a ser lo que tú quieras, solo siendo".