jueves, 22 de agosto de 2013

No puedo retener tus olas, le dice la orilla al mar


Deja entonces que yo retenga en mi corazón tus pisadas (R. Tagore)

La playa.
Alguien me dijo una vez que en lugares como este, con el horizonte de océano tan claro en el fondo de tu retina, se puede descubrir la redondez del planeta. Siempre que voy a la playa achino los ojos y arrugo la nariz buscando ver una línea curva en el horizonte. Y luego, después de fracasar en el intento, me dejo llevar por los pequeños placeres.

Sentir los pies hundiéndose en la arena al caminar por la orilla y observar cómo la ola que se acerca borra las huellas que dejé atrás.
Aspirar el olor a mar, a agua salada.
Mirar los destellos de luz que deja la espuma en la arena cuando la ola se va.
Notar el fresquito en los pies al primer contacto con el agua y el contraste del calor del sol en los hombros.
Correr con la ola hacia la orilla. Y correr contra las olas mar adentro.
Escuchar el ruido del agua.
Dibujar en la arena con los dedos de los pies.
Hundirme debajo de una ola. De una ola grande que asusta cuando la veo llegar.
Dejarme mojar por la lluvia en la playa vacía.
Tocar la brisa llena de arena pegándose a mi piel.

Soñar con los ojos abiertos.

Siempre que voy a lugares de mar recuerdo la frase de Tagore. Y pienso. A veces no es posible retener los recuerdos con plena conciencia y entonces, solo queda hundirse en ellos.