martes, 27 de agosto de 2013

Pequeños placeres

A veces observamos las cosas triviales con un extraño interés. Vivimos las cosas con una extraña emotividad. Oscar Wilde decía que eso ocurre "cuando las cosas importantes nos asustan, o cuando nos agita una emoción nueva para la que no podemos encontrar expresión, o cuando una idea que nos aterra asedia de repente nuestro cerebro y exige nuestra rendición". No sé hasta qué punto tenía razón. Al fin y al cabo era un romántico, en el pleno sentido de la palabra. Pero en la naturaleza, en la montaña, a veces llenamos el pensamiento de pequeñas cosas. Y puede que no escondan nada más que el placer de ese instante.

La sensación al llegar a la cima y estar tan cerca de las nubes.
El silencio alrededor.
Ir descubriendo nuevas vistas en la trepada.
Correr ladera abajo sin control.
Ver a la gente paseando como hormiguitas por el camino.
El viento azotando alrededor que entra en los ojos y te hace lloriquear.
Perderte con la vista en el horizonte de valles y montañas. Verde. Roca. Nieve.
Sentir cómo cuando se pasa el cansancio, te llenas de una energía nueva.
Tomar agua fresca cuando te falta el aliento.
Quitarte las botas, al llegar abajo.
Saber que tus pisadas llevan hacia alguna parte, que no van sin rumbo.
Encontrar el apoyo que te ayuda a seguir ascendiendo.
El olor a pino, a humedad, a tierra mojada.
La mariposa que se acerca volando.
Una edelweis.
Pisar en otoño las hojas secas y escuchar cómo crujen.
Sentarte en la pradera después de caer el rocío y mojarte los pantalones.

Mirar.
Cansarte de mirar.
Cansarte.
Seguir con el cansancio a cuestas.
Sentirte vivo.

Vivir respirando bocanadas de aire de a poquito.
Respirar.