lunes, 2 de diciembre de 2013

Paciencia

"Desde niño comenzó a dedicarse a la búsqueda de la realidad. Viajó sin descanso, recibió enseñanzas de numerosos maestros, demostró una tenacidad extraordinaria en sus prácticas espirituales pero, no sabiéndose cerca de la iluminación, decidió subirse a lo más alto de un edificio en ruinas y ponerse a meditar pacientemente hasta hallar la liberación definitiva. Se negaría a abandonar vivo el edificio hasta conseguirla. Y pasó el tiempo. Sentado en meditación pasaban los meses, día tras día, noche tras noche. Al no sentirse de esta manera más cerca de la iluminación, el hombre decidió poner fin a su vida. ¿De nada le había servido la infinita paciencia? Se situó al borde del edificio, y ya iba a lanzarse al clarear el día cuando escuchó el canto de un gallo y, de repente, se abrió el ojo de la Sabiduría y obtuvo la iluminación definitiva"

Dice Ramiro Calle que a veces pensamos que la paciencia no nos sirve de nada. Queremos que los acontecimientos sean siempre tal y como nosotros imaginamos y que se cristalicen de inmediato. Nos impacientamos y así nos angustiamos, desesperamos y desfallecemos. Pero la paciencia, sigue diciendo, tiene su propia energía y su propia sabiduría. De momento nos sirve para comenzar a descubrir las impulsivas tendencias del ego. Anhelamos con ansiedad que nuestros planes se cumplan en seguida, sin darnos cuenta de que nadie es tan importante para que toda la naturaleza se ponga de acuerdo, con sus leyes y condiciones, para complacer sistemáticamente a esa persona y para que sus planes se den con matemática precisión. Esa es una expectativa infantil, pues, como sabemos, el niño se encapricha frenéticamente con las cosas y dejan de interesarle cuando dispone de ellas.
Por eso hay que trabajar en la meditación y en la paciencia. Y tener ecuanimidad con lo que nos rodea e incluso con nosotros mismos, con nuestra falta de ecuanimidad.
Es mejor actuar sin negociar, sin expectativas, sin ilusiones que nos provoquen ansia. Actuar sin desesperar, dar un paso tras otro y descubrir que el camino ya es la meta, que cada paso es la cima. Y no anticipar ni lo bueno ni lo malo, sino aceptar lo que va viniendo.

Me encanta la sencillez de este cuento, cómo ilustra que la frustración se puede enfrentar con paciencia y equilibrio. E inevitablemente me recuerda al mismo tiempo este otro cuento de García Márquez.

...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.