lunes, 7 de abril de 2014

Génesis, de Sebastiao Salgado


Anoche mi habitación se llenó de albatros, pingüinos y yakarés. Hacía un frío glacial y la sombra del Chaltén se veía por la ventana. Cerraba los ojos y las imágenes de las fotografías de Sebastiao Salgado cobraban vida. Escuchaba el rumor del Amazonas y el silencio del Gran Cañón. Crecía un baobab junto a la puerta. Un jaguar me miraba amenazante desde el otro lado de la habitación. Y el cielo estaba lleno de los ojos amarillos de los cocodrilos, como luciérnagas. Un África ancestral de antiguos ritos y color rojizo. Fuego. Los confines del mundo, la Patagonia, mi Patagonia, el Cerro Torre, las ballenas en la península de Valdés. El agua. El hielo. El Perito Moreno y la boca abierta de un niño observando una fotografía. Las Tierras del norte. El aire. Brasil y el Amazonas, el Pantanal en la frontera con Bolivia. Tierra. Una tortuga gigante de Galápagos, como la vieja Morla, mirando al objetivo. Un isla imposible con forma de seta en Madagascar, como uno de los planetas del universo del Principito. Ocho años recorriendo el mundo. Buscando el origen. Aire. Desiertos, selvas y océanos. El trance de un baile chamánico en el calor del continente africano. El fotógrafo brasileño consigue llevarnos a los lugares más recónditos del planeta, nos cuenta un viaje interior en blanco y negro con reflejos de agua y ojos limpios. Los ojos de los niños y de las mujeres de las tribus donde la vida se abre paso sin más razones. Arrugas en los rostros de los ancianos y chamanes, llenas de sabiduría. Es imposible entender esta exposición si uno no se aleja de prejuicios y mira con la curiosidad de un niño y es posible que después de descubrirla uno se plantee qué estamos haciendo con nuestro planeta. Cuántos recursos quedan y cuántos estamos dispuestos a desgastar. Cuánto Amazonas hay de reserva para nuestros excesos. Que los árboles y los ríos y la tierra no nos pertenecen es algo que aún tenemos que aprender. Stevenson decía que no pedía otra cosa sino el cielo sobre su cabeza y un camino bajo sus pies. Eso debió de pensar Salgado al iniciar esta aventura. Pero consiguió además contarnos la historia del génesis sin mitos ni mentiras. Captó con su objetivo paisajes impresionantes. Y llenó su mochila de ojos para mostrarnos el mundo a los que soñamos.