Las cosas que nunca se dicen son las más importantes. O tal vez no. Pero yo nunca dejo nada por decir. Por si acaso.
Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Es por eso que yo vivo siempre encadenada. Hay otros que atesoran las palabras en los bolsillos. ¿Y quién cree que son más afortunados?
Hay cosas que deberíamos callarnos. O tal vez no. Puede que todo fuese más fácil si gritásemos.
Cometemos los mismos errores una y otra vez. Y cuando nos confiamos, cuando creemos que esta vez lo haremos bien, entonces todo va a peor.
Por otro lado.
Decir te quiero ha perdido todo su sentido. O tal vez nunca lo tuvo. No es más que un verbo conjugado y su objeto directo y... ¡pum! directamente a la cabeza. Como un disparo.
Te quiero ahora, mañana no. Tal vez sólo sea el momento. Tal vez sólo digo lo que se supone que debería decir. Tal vez es una tontería. Tal vez no te quiera y estoy mintiendo. Tal vez no lo sepa. Tal vez no deba decirlo. Tal vez me da miedo. Tal vez sólo quiera arrancarte una sonrisa.
Deberíamos empezar a pensar que decir te quiero no tiene la más mínima importancia. No es más que un predicado verbal que se puede analizar sintáctica y sentimentalmente. Sólo se trata de conjugar un verbo. Te quiero. Presente de indicativo. Lo que indica que te quiero ahora. Sólo ahora. En este mismo instante. Quizá lo haya olvidado al despertar.