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miércoles, 1 de julio de 2015

El globo

(En 17 palabras) "Mientras subía y subía, el globo lloraba al ver que se le escapaba el niño." (M. Sáiz Álvarez)

No aprendemos a soltar.
Nos agarramos siempre a lo que amamos. Y lo que es peor, también a lo que nos hace sufrir.

Hace unas semanas les compré un globo a mis sobrinos. Los dos estaban fascinados con aquellos delfines de nitrógeno.
- Agárralo fuerte -le dije a Julen- No se vaya a escapar.
Mi sobrino cerró con mucha fuerza el puño para sujetar el hilo del globo y me miraba de vez en cuando buscando mi aprobación.
- Te veo, lo estás agarrando fuerte. Pon atención para que no se vuele.

Luego, reflexionando, pensé en la repercusión que aquel insignificante acontecimiento podía tener. En lo que le estaba enseñando a mi sobrino. Es como si le estuviera diciendo: "Eres responsable de cuidar de eso tan querido. Tienes que agarrarlo o lo perderás. Tienes que aferrarte a ello y así evitarás el sufrimiento." Me sentí terriblemente mal por haber puesto en él una responsabilidad tan grande. Y por haberle mentido.

En realidad, no perdemos nada ni a nadie. Es solo que todo cambia. Que todos somos seres libres. Nada ni nadie nos pertenece. Ni siquiera un globo de nitrógeno. En la vida se da el gusto y el disgusto, pero no es sano producir tanto apego al gusto ni tanto odio al disgusto. Cuando llega el placer, se disfruta, sin aferramiento, pues todo pasa, se transforma; cuando viene el dolor, se sufre, pero sin frustración, pues todo pasa y de otra forma no se emerge del dolor.


Tal vez debí decirle:
- ¡Qué afortunado eres! ¡Disfruta del globo!
Y haber acompañado sus lágrimas cuando se hubiese escapado.
O bien:
- ¡Suéltalo! ¡Deja que vuele!
Y hacerle ver que hay cosas que pertenecen a su lugar y es en su lugar donde su belleza es más simple y más verdadera.

viernes, 9 de enero de 2015

¿De dónde vienen los fados?

Amor, celos, ceniza y fuego, dolor y pecado; todo esto existe; todo esto es triste; todo esto es fado (A.Rodrigues)

Visitar Lisboa es llenar las pupilas de una luz intensa a la mañana que luego se transforma en el iris de unos ojos melancólicos al entrar en cualquier tasca y escuchar un fado. Las voces de los lisboetas te envuelven y se mueven en el pecho, oprimiendo el esternón, como queriendo salir en una explosión de lágrimas.
Probablemente tanta pena tenga que ver con su historia, con la triste historia de un terremoto que segó la vida de casi la mitad de la población, las décadas de la dictadura salazarista, los incendios que destruyeron en varias ocasiones edificios emblemáticos de la ciudad y la oscura actuación de la Inquisición que condenó a miles de judíos a la muerte.
O tal vez sea mucho más sencillo y los fados nacieron en el vaivén de las barcas de los pescadores, en los pasos rítmicos de los africanos de las colonias o en ese sentimiento contradictorio y tan humano que oscila entre el amor y el sufrimiento. No hay nada más antiguo ni tema más fructífero en la literatura que los amores imposibles.

De la historia de Lisboa, sin embargo, siempre me fascinó mucho más un anécdota que, lejos del amor imposible más terrenal, está relacionado con la pasión por la vida y por los ideales, aquel instante en que una camarera colocó un clavel en el arma de un soldado para poner fin a casi cincuenta años de represión, mientras en todos los transistores del país se escuchaba Grandola, Vila Morena. Con razón Saramago decía que la única forma de vencer a la muerte es el amor.


jueves, 20 de noviembre de 2014

Venecia con jersey de rayas


Existen dos Venecias. O más. La Venecia de día está llena de máscaras, de helados, de color, de sombreros, de gritos y de turistas. Y la Venecia de noche es, sin embargo, una trampa mortal, laberíntica, una luz intensa anaranjada y callejuelas estrechas, fachadas desconchadas y ventanas sin macetas, casi puedes imaginarte los crímenes y las traiciones que aquí se han perpetrado.
En las lindes de estas dos Venecias está mi favorita. La del atardecer. Cuando cesa el murmullo y empiezan a sonar los violines en los restaurantes. Cuando sueñas con la Venecia principesca, junto al Gran Canal, una Venecia de fiestas y balcones. La que siempre ha inspirado a los artistas. La que mi madre describía cuando yo era niña.
Descubres entonces la verdadera Venecia en los ojos de quien la mira. Las góndolas y los palacios se reflejan en las pupilas encendidas de los enamorados que aún deambulan por las calles. Los secretos se leen en las pestañas de los solitarios que se sientan a leer un libro a última hora en el Café Florián. Los siglos de historia, y de historias, entran por las venas y te llenan de una humedad cálida y melancólica. La paleta de colores de Canaletto hace desaparecer en sus pinceladas a los transeúntes de la Piazza San Marco. Como si fueran siluetas de un cuadro.
Si todos tenemos una ciudad, Venecia no es la mía. Y sin embargo.
Todos los amantes del mundo vienen a Venecia.

A mí el sabor del café me sigue pareciendo amargo.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Lo que aprendí en 2014 (I)

Con el tiempo y la experiencia, aprendí...

- que lo importante en el viaje es ESTAR, llenarse los pulmones de atmósferas distintas, digerir lentamente los lugares, observar como un niño
- que no pueden establecerse juicios de las personas, que cada quien libra su propia batalla
- que en la medida en que alguien busca conflicto, es que tiene un conflicto consigo mismo
- que muchas veces no vemos las cosas como son, sino como nosotros somos y como consecuencia, las subjetivamos
- que no podemos etiquetarlo todo, que nada es bueno o malo, solo ES
- que los rótulos únicamente entorpecen la experiencia, que suponen ideas preconcebidas que nos arman con escudos defensivos, que nada sucede exactamente igual dos veces
- que la única persona con la que uno debe compararse es con la persona que era ayer, y que lo más difícil, pero lo más importante, es perdonarse a sí mismo
- que no perdemos a las personas, porque nadie nos pertenece, que solo compartimos parte del camino
- que estamos hechos de contrarios, que dentro contenemos multitudes
- que no hay elecciones de vida mejores o peores, que no hay una única versión de los hechos ni una única verdad

lunes, 13 de octubre de 2014

Oh Canadá

"En América tenemos la tradición de "El gran río de los dos corazones": llevamos nuestras heridas a la naturaleza en busca de algo que las sane, de una cura, una conversión, un bálsamo. Tal como sucede en el relato de Hemingway, esto funciona si las heridas no son muy graves." (E. Hoagland)
Llevar sangrando una herida a Canadá no es precisamente la meta de nadie, pero desde luego la naturaleza te salva y te transforma.
Especialmente allí, donde todo es inmenso. Conduciendo por la Columbia Británica no puedes dejar de mirar con los ojos bien abiertos los bosques de coníferas, de un verde intenso, los enormes lagos sin fin, los valles redondeados. Una carretera serpenteante y poco tráfico. Así me imaginaba yo Canadá cuando soñaba de niña en el dormitorio con la linterna debajo de las sábanas y un libro de viajes. Cuando llegas a Squamish y ves el Chief es fácil que te caigas de culo, siempre que no hayas estado antes de frente al Capitán en Yosemite, en cuyo caso dicen que puede parecerte el hermano pequeño. Pero para mí el Chief es imponente, tiene un corazón indígena y preside un pueblo de atmósfera joven y bondadosa. Con unas muffins riquísimas para desayunar :)
Una vez le hablé a alguien del efecto mágico de la luz de la tarde sobre las hojas de los árboles, cuando los rayos dan directamente sobre su superficie y las vuelven luminosas y doradas. La búsqueda de ese instante en el musgo de los troncos de nuestro campamento en Squamish fue uno de mis pequeños placeres allí. Eso. Y hacer saltar piedras planas en el río. Recogerlas con los pies descalzos y el pelo mojado y contar los círculos concéntricos que formaban en el agua. Eso. Y ver cómo una oruga trepaba por su hilo de seda como si fuera un trapecista en medio del camino. Eso. Y sentir el agua fría, helada, cada mañana, cuando me sumergía en una poza del río. Echo de menos todo. Eso. Y los atardeceres al lado del mar. Silbar por el sendero del bosque para ahuyentar a los osos. O al menos ahuyentar el miedo. El sonido de las cuerdas de una guitarra española. La locura. La locura transitoria. Vendarme las manos de esparadrapo para hacer fisuras. Eso y escalar roca de basalto. Dar un abrazo amplio e imposible a un árbol nervudo y viejo, con la corteza quebradiza, en un bosque mágico. Un tejado de cabras. Seguir con la mirada la estela del ferry en el agua del océano. Echo de menos todo. Perderme en los cerezos, despertarme bajo un melocotonero. Eso. Leer sentada sobre el tronco de un árbol caído. Caminar por él como un funambulista sin el peso de la ropa. Atravesar pasillos de espesa maleza. Nadar en un lago de agua de color imposible. Eso. Y todo lo demás. La sensación de estar en un estado salvaje. Y sobre todo, libre. Y la soledad. También echo de menos estar sola. Sin estarlo. Y encontrar ese lugar dentro de mí en el que nadie puede entrar. Y cerrar los ojos tranquilamente, pensando que todo está bien.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Mi alma no tiene ni una sola cana

Mi alma no tiene ni una sola cana, decía Maiakovski. Y así es como lo siento. Mi alma no tiene ni una sola cana. Más bien sigue cometiendo torpezas de niña. Se sigue asustando por la noche. Sigue jugueteando con el viento de vez en cuando. Mi alma no tiene ni una sola cana. Yo cuento algunas en mi pelo, delante del espejo. Pero las dejo ahí, no me preocupan, son la evidencia de que he vivido. Mi alma no tiene ni una sola cana. Tal vez llegan los 33, y se lee igual al derechas y al revés. Pero el tiempo no se mide en años. O no debería. Arrancaría el calendario de la pared de la clase. Y saltaría por la ventana para salir volando. Porque mi alma no tiene ni una sola cana. Porque los sueños no caducan. Y solo pienso en vivir cada segundo.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Guerreros de la luz

Una vez alguien me dijo que todos somos guerreros de la luz, que no hay maestros, que todos estamos en el camino. Recuerdo que le regalé un manual, el manual del guerrero. Y que lo abrí al azar, como me gusta hacer a veces con los libros, para ver qué suerte de historia me esperaba en aquella página.

"Un guerrero de la luz sabe que ciertos momentos se repiten.
Con frecuencia se ve ante los mismos problemas y situaciones que ya había afrontado y entonces se deprime, pensando que es incapaz de progresar en la vida, ya que los momentos difíciles reaparecen.
-¡Ya pasé por esto!, se queja él a su corazón.
- Realmente tú ya lo pasaste -responde el corazón- pero no lo sobrepasaste.
El guerrero entonces comprende que las experiencias repetidas tienen una única finalidad; enseñarle lo que no quiere aprender"

Las circunstancias no siempre son favorables en la guerra, se pierden algunas batallas, pero el guerrero nunca es el mismo. Con el tiempo, sentirá que vive la vida sin miedo y con agradecimiento, y esa será la mayor de sus victorias.

Aquella tarde no lo comprendí y me aferré muy fuerte. Pero ahora, ya no siento miedo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Infancia

Hace unos días me nació un bonito recuerdo de cuando era niña. Aquellas tardes de domingo con el cassete. Algo se muere en el alma. Yo con aquel vestido flamenco. Y una voz. La de mi madre. Ella tenía una voz.
Hace unos días las cuerdas de una guitarra me devolvieron ese recuerdo. Y se abrió la caja de Pandora y ahora no puedo dejar de acordarme de los pantalones de pana grises de mi bisabuelo y su biblioteca de libros "pulga".
Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Así que no contaré todos mis recuerdos.Dejaré que algunos jueguen con el viento y que otros los ahogue la lluvia de los últimos días. Y me guardaré los nombres.
Mencionaré a los Goonies, las manos encalladas, los paseos por el monte, las verbenas de San Juan, las noches de verano jugando al "escondite", pisarle la cola a las lagartijas, los bocadillos de embutido en el escondrijo de la alcantarilla, las casas de cartón, coronar el Everest, las Montañas del Gato Montés (simples montículos de arena), ser enfermera de guerra, las gymkanas del colegio, el primer baile con aquel chico con gafas de Harry Potter, los dibujos de concurso colgados en la pared, un premio de cuentos, mariposas en el estómago en la plaza de la Libertad, un beso detrás de la tapia y aquel niño a quien jamás volví a ver, mamá mirando por la ventana mientras yo iba al colegio comiendo el postre, siempre tarde, enfadarme con mi abuelo cuando me decía que parecía una reina, con lo poco que me gustaban, tan rígidas, tan encorsetadas, tan viejas, ser nombrada caballero de la Tabla Cuadrada con una espada de madera.
Y recuerdo la inocencia, sobre todo la inocencia. Creer que todo era posible. Querer volar y llevarme puntos en la barbilla. Saltar en paracaídas, sin paracaídas, y romperme la nariz. Y no tener miedo. A nada.
Cuando llega el tiempo en que algunas cosas se van viendo poco posibles y tu cerebro ha grabado las caídas y los golpes, recuerdas esa inocencia. Y la espontaneidad. Y duele no poder borrar algunos aprendizajes para tener el valor de lanzarse al vacío. Y dejarse llevar.

lunes, 8 de abril de 2013

Esguince de tobillo

“La escalada es como la vida”, le digo a I. y ella me mira y sonríe: “Como la vida misma”, me dice y luego mira a la pared. Ella sabe que es verdad, de alguna forma.
La escalada es como la vida. Hay quienes disfrutan de la aproximación, siempre, como parte del viaje. Hay quienes se olvidan de mirar el paisaje y guardan su energía con el fin de alcanzar sus objetivos. Hay quienes se marcan objetivos y quienes no. Hay quienes se lo toman con humor y con seriedad. Hay quienes compiten y quienes cooperan. Hay quienes se caen y vuelven una y otra vez a probar el mismo paso hasta que consiguen superar el bache. Hay quienes, una vez se han caído, no quieren volver a intentar la vía. O quienes deciden hacerla de segundo, una vez montada, para tener la seguridad de no volver a caer. De no hacerse daño. Están los impulsivos, los decididos, los observadores, los analistas, los precavidos y los que tratan de vencer su miedo a cada paso. Hay quienes se imponen retos, quienes se exigen ser mejores y quienes simplemente quieren disfrutar las vistas. Hay quienes no miran atrás y quienes recuerdan cada paso anterior para dar bien el siguiente. Hay quienes leen la vía con los pies en la tierra y quienes escalan por intuición. Hay quienes se hacen daño, quienes no consiguen subir algunas vías, pero siguen intentándolo. Prueban otras vías y repiten las mismas hasta aprender y prever cada apoyo y cada grieta en el camino a la reunión. Hay quienes solo quieren paladear el sabor de la escalada una vez, una jornada. Y luego dicen que estuvo bien. Hay quienes tuvieron malas experiencias y aún tienen heridas abiertas. Quienes no vuelven a escalar. Quienes no vuelven a arriesgarse en un paso difícil. Están los tenaces y los emprendedores. Los que quieren probar lo que nunca antes se había probado. Los que quieren abrir caminos. Los que siguen el camino marcado. Los que siempre quieren más.
La escalada es como la vida. Supongo que esto ocurre porque el escalador en la pared es transparente. Y su carácter, sus aprendizajes, sus dudas y sus miedos, todo está ahí, todo lo sostiene una fina cuerda. Supongo que esto ocurre porque en la vida también hemos de ir leyendo la ruta a cada paso, buscando los apoyos que nos hacen continuar. Supongo que caer, como en la vida, exige un gesto posterior de superación. De seguir adelante. Supongo que en la vida, como en la escalada, es necesario no perder la ilusión y las ganas de sumar experiencias.
O tal vez es solo el momento de filosofar después de una caída y un pequeño esguince que te ha dejado a pie de vía.

martes, 26 de marzo de 2013

32

Un día, de repente, te das cuenta de que han pasado los años.
La dependienta del Body Shop te dice que necesitas una crema para los primeros signos de la edad y entonces te miras al espejo y ves que, en efecto, tus facciones se han endurecido un poco.
Te miras al espejo y ves que la mirada ha adquirido una rara profundidad, como si pudiesen verse en el iris las anécdotas, los viajes, los desengaños, los sueños que se han quedado atrás, los caminos que tomaste, las equivocaciones, las ilusiones que se han ido construyendo, las palabras dichas, el alimento de las emociones.
Te miras al espejo y, con el último corte de pelo, descubres algunas canas. Las cuentas. Te alarmas.
Luego miras a tu alrededor, en el bar de siempre, y no reconoces las caras, los pasos, las voces.
Y miras hacia dentro y ves que has vivido muchas cosas buenas (y malas). Y no cambiarías nada, ni siquiera esa arruga en la frente que se ha quedado ahí de tanto fruncir el ceño cuando algo te hace prestar mucha atención, cuando una charla te interesa, cuando un chico te gusta, cuando algo te enfada.
En realidad, nos pasamos la vida envejeciendo. Respiramos y el aire que nos permite vivir nos oxida al mismo tiempo. Y lo único que nos queda es mirar hacia dentro. Y conservar un poco de ingenuidad, un poco de locura.
No quiero perder aquel impulso que un día en un Café de Santa Cruz me hizo meter la cuchara hasta dentro en el pastel de canela de mi amiga Elisa. No quiero perder tampoco el mismo impulso que me llevó hasta allí. Quiero seguir comiéndome la vida a grandes bocados. Escapar a los montes, gritar cuando yo quiera, escuchar una charla con el interés de un niño, coger la bicicleta, mirar como si fuese la primera vez, amar como si fuese la primera vez, reír hasta cansarme, beber tragos de sueños, sentir que doy los pasos que yo quiero, ver una exposición y emocionarme, compartir mis experiencias, coger un tren para irme a cualquier parte.
En realidad, no hay que mirar atrás, tampoco hacia delante, hay que saber paladear el sabor de cada pequeño gesto, de la brisa que nos mueve, de este rincón, de este ahora mismo. Porque todo lo demás, está por llegar. Y llegará.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Los días raros



Cuando era pequeña, me encontré los zapatos llenos de carbón una mañana de Reyes. Me puse a llorar. Sin saber que en la cocina me esperaban muchos regalos por abrir. Porque mis padres los habían escondido.
A veces en la vida, no nos damos cuenta de que sin carbón no hay Reyes Magos. Sin los caminos equivocados. Sin las malas tardes. Sin las decepciones. Sin las heridas. No hay caminos correctos. No hay tardes en buena compañía. No hay sorpresas. Ni vendas que curan.
Ayer en el concierto de Vetusta Morla, me di cuenta de que lo importante de los días raros que vivimos es que muchos sigan luchando a pesar de todo. Y soñando.

Pintar el mundo de otro color

Es posible que de niños los valores afloren de manera natural, la igualdad, la justicia, la tolerancia, la comprensión. Puede que al nacer seamos portadores de luz. Como Lola. Y que luego nos vayamos emponzoñando un poco con el paso de los años.
En el metro, una niña jugaba el otro día con dos pequeñas muñecas, una rubia y otra morena.
La rubia llevaba un vestido pret a porter y unos zapatos rosas. La morena, en pantaloncitos cortos, iba descalza. Al rato, vi a la niña jugar con un zapato en la mano.
- Mira, mamá- le decía a su madre mostrándole la muñeca de pelo negro con un zapato rosa en el pie.
- ¿Ya has perdido el otro?- le preguntó su madre con disgusto.
La niña negó con la cabeza y le mostró la muñeca rubia, que llevaba el otro zapato puesto.
- ¡Así son las dos iguales!
Yo sonreí. Va a resultar que de niños somos todos comunistas.
Me pregunto como seria un país gobernado por ellos. Si habría gominolas para todos. Si cabríamos todos, aunque fueramos diferentes.
- Trabajé en una granja escuela en la que un niño pintaba los quesos de color verde –me contó una compañera. – Me decía que ¡claro!, era un queso estropeado.
Y nosotros preocupados por educar a nuestros niños, que dibujan también quesos diferentes, fuera de lo común, verdes y azules. Imperfectos. Que te dicen cada mañana lo guapa que estás, aunque te sientas fatal. Que te enseñan que sonreír es siempre una puerta para la comprensión. Que son capaces de creer que los Reyes llegan de Oriente montados en camello en los tiempos que corren. Que tienen la cabeza llena de historias en las que no hay fronteras entre lo posible y lo imposible. Nosotros preocupados por enseñarles ética cuando lo que deberíamos hacer es preservarlos de muchos de los artificios de esta sociedad. En la que lo más interesante de la navidad es el catálogo de juguetes del Corte Inglés.

martes, 30 de agosto de 2011

Agujero de gusano

Un viaje largo largo se convierte a veces en un agujero de gusano en el que el espacio-tiempo desaparece y las Antípodas no están tan lejos si vas a ver a alguien muy querido. Más de 24 horas en tres aviones. Ya he pisado los 5 continentes. Y luego conducir por carreteras largas largas interminables para descubrir pequeños rincones mágicos en pueblos de nombres ridículos, islas de arena y montañas de árboles altos altos. El silencio de los senderos escuchando pájaros y animales entre la maleza. Las casualidades. Las Blue Mountains desde un escarpe asegurada con el arnés y la Gran Barrera de Coral como una pecera gigante, con neopreno y tubo de snorkle. Cualquier aguacate no conduce al fracaso. Por eso los kilómetros, las risas, las charlas, los atardeceres en la playa, en el monte, las caminatas, aquella serpiente negra venenosa debajo del puente, el recorrido en hammer, las cafeterías en Sydney, el Betty Soup, el ascenso al Pulga-Chill, un mapa de estrellas diferente y desconocido, no cambiaría nada. Nada. Un placer haber vivido esta experiencia.

jueves, 4 de agosto de 2011

Podemos (y no nos confundamos con sloganes políticos)

Un cuento de Bucay habla de un elefante encadenado con una pequeña estaca que al crecer no se escapa del circo que lo tiene esclavo, ni aún deseándolo intensamente, porque cuando era pequeño, atado con esa misma estaca al suelo, intentó varias veces deshacerse de ella y no pudo. El pobre elefante subestimaba la fuerza que con los años había adquirido.
Si pienso en esta historia, me doy cuenta de todas las veces que desaproveché una oportunidad o me rendí sin apenas hacer un pequeño esfuerzo. Decir "no puedo" es fácil, sobre todo cuando lo aprendiste por imitación siendo un niño. Cuando tu madre te decía "no puedes hacer esto", "no puedes hacer aquello". Pero esta frase sólo esconde miedo. Siempre podemos conseguir más de lo que alguna vez imaginamos. Siempre podemos arriesgarnos. Todo aquello que soñamos (y soñabáis) de niños. Viajar a la Patagonia. Enseñar. Subir montañas. Volar. Apagar incendios. Ser parte de una revolución. Escribir sentencias judiciales. Escalar altas paredes. Ganar un Premio Nacional de Poesía. Trabajar en Cooperación. Producir un corto cinematográfico. Salvar vidas. Pisar la línea del Círculo Polar.

No sabe a dónde va- Amaral

Hace ya una década que escuchaba esta canción mientras viajaba en coche por Suiza con un viejo amigo. Él, que me conocía bien, siempre me decía "Sí puedes", aunque no sepas a dónde vas. Él, que me conocía bien, sabía que me marcharía un día detrás de los pequeños sueños que le contaba cada noche.
Con el tiempo, seguimos sin saber a dónde vamos, pero eso es lo interesante del viaje. Tenerlo todo organizado en los viajes, como en la vida, puede resultar aburrido. Hay que dejar que la vida nos lleve y nos sorprenda, aunque a veces vayamos dando tumbos. Y decir "no puedo", menos cuando somos jóvenes y no hay nada que nos ate, es sólo una excusa. Aunque cada cual es libre de elegir quedarse clavado en la arena del circo, lamentándose de su mala fortuna. O de arrancar la estaca.
Por eso, reflexionando sobre una pregunta que hace poco alguien me hizo indirectamente diré que sólo he visto una pequeña parte del mundo. Todavía.

martes, 7 de septiembre de 2010

A nadie se le ocurre de pequeño que su destino es ser taxidermista

De pequeña envidiaba a mi hermano por aquella firme decision de estudiar derecho. Cuando los amigos o los familiares preguntaban que queriamos ser de mayores, el siempre lo tenia muy claro. Yo, en cambio, pase por la medicina pediatrica, la ciencia, la arqueologia, el periodismo, la escritura, el diseño, el cine... tan pronto queria ser actriz como corresponsal de guerra; o bien me pasaba las horas mirando por aquel microscopio las pequeñeces que recogia en la calle o proyectaba la construccion de un colegio en un pais tercermundista. Y al final aqui estoy, sin saber muy bien que quiero ser o en que me convertire con los años. Se me da bien ir tras de lo que sueño, pero es que cada dia sueño cosas muy distintas.

De niños somos mas autenticos, mas libres, mas valientes para decir lo que pensamos y lo que queremos. Luego el tiempo, la supuesta madurez, la sociedad, las exigencias que vienen de fuera, las etiquetas, eso que nos dicen que es lo mejor para nosotros, nos confunde y a veces nos convierte en personas grises, lineales, que no saben donde ir sin las debidas indicaciones. Lo que algunas llaman cordura es el disfraz del dinero o la gloria, de la rutina, de los roles familiares, de la ambición, del prestigio social, del sueño americano, una casa con jardin para tu familia y una habitacion de invitados.

De pequeña envidiaba a mi hermano. Ahora lo admiro por haber sido fiel a esa idea infantil. Pero a mi no me importa que mi destino sea el de la taxidermia, el viaje al fin del mundo, la educación o el de una pequeña casa en el medio de ninguna parte siempre que sea feliz, que no me olvide de vivir intensamente y que encuentre un cachito de cielo bajo el que me sienta a gusto. Y alguien cerca que me abrace fuerte para recolocar todas mis partes rotas.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Surubís



De poco o nada sirvió el tamaño de mis pupilas o que me permitan ver mejor en la oscuridad (según diagnóstico oftalmológico) porque en el Chapare no pescamos ni un solo surubí.

Sin embargo, allá en medio de ninguna parte, en la oscuridad y el silencio del trópico cochabambino, descubrí algo que me llenó de paz.
No puedo decirlo. Es un secreto entre el río Ichilo y yo.

sábado, 14 de agosto de 2010

De vuelta en Bolivia

La vida en países como este te hace recordar que las cosas simples son las que verdaderamente importan.

Unas sábanas frescas a la noche. Una sopa caliente para tomar cuando estás enfermo. Compartir una tarde de charla con los amigos. Una llamada desde España. Un abrazo cálido y sincero de un amigo. Algo de dinero en los bolsillos. Alguien que te da la mano para que no resbales en el piso. Escuchar una vieja canción conocida. La lengua de trapo de un niño que dice tu nombre. Agua fresca para calmar la sed. Unos niños que escuchan un cuento. Uno que pregunta con curiosidad por aprender. Una familia que te espera. Otra que te adopta a diez mil kilometros de casa y te recoge con los brazos abiertos. Cerrar los ojos y que te dé el sol en la cara. Sentirte útil.

Y pasear bajo las estrellas.
Entre otras muchas nimiedades.

martes, 3 de agosto de 2010

Viajes

Los viajes son como pequeñas vidas.

Hay días en que todo sale bien, días en que todo sale patas arriba, días emocionantes, días aburridos, días tristes, días en que saltas de alegría, días en que te acuerdas de lo que has dejado atrás, días que sólo miras con esperanza hacia delante, días en que lo tienes todo organizado, días en que te dejas llevar, días para reir con amigos, días para imaginar, días para desconectar, días para reflexionar, días para disfrutar sin pensar en lo que vendrá luego.

Todos esos lugares, rincones, visiones, momentos y personas que se cruzaron en tu camino se convierten en sombras, en algo así como los sueños, que el tiempo transforma, desfigura y colorea para configurar el recuerdo.

viernes, 9 de julio de 2010

Reversos

"En el universo nada se crea ni se destruye. Todo está exactamente en las mismas proporciones que al principio de los tiempos" (A. Torres, Niños rociando gato con gasolina)
Lo que nosotros tenemos o lo que nos falta lo compensa un reverso. La otra cara de la moneda. Y todos tenemos un reverso. O varios. Puede que sea el vecino del quinto o que se encuentre al otro lado del mundo.
Así, si uno tiene mucha memoria, su reverso es un desmemoriado.
Y si alguien toca maravillosamente el piano, otro tendrá los dedos deformes y torpes.
Alguien me dijo una vez que ocurre así con la muerte. Que cuando uno muere, otro está viniendo al mundo en ese preciso momento.

El otro día me crucé con mi reverso en el colegio.
Y pensé que, con suerte, la próxima vez seré yo el antagonista afortunado que compense el desencuentro de dos desconocidos.
Como ahora lo es ella.

jueves, 3 de junio de 2010

Va a escampar...

algún día.

(o eso dice la canción)