
El otro día, en yoga, la profesora nos pidió que pensáramos en un lugar en el que nos encontrásemos tranquilos, felices; que imagináramos las texturas, los colores; que definiésemos las líneas de las cosas. Y en aquel estado, en mi pensamiento, se fue dibujando un lugar que no creí que apareciese así, sin avisar, por aquellos rincones: la Playa Salvaje.
Todo estaba como aquella tarde.
La humedad, la débil luz entre las nubes, un horizonte en el que podía intuirse que La Tierra es redonda, la arena gruesa y mojada, el agua fresca y traslúcida.
Sonaba una risa sincera y juguetona. Una voz suave. El ruido de las olas. Rebelde.
Todo estaba como aquella tarde. Muy diferente a esta tarde de lluvia. Lejos del mar. Oscura y callada.
"No puedo retener tus olas" le dice la orilla al mar. "Deja entonces que yo guarde en mi corazón tus pisadas". (Tagore)
Todo estaba como aquella tarde.
La humedad, la débil luz entre las nubes, un horizonte en el que podía intuirse que La Tierra es redonda, la arena gruesa y mojada, el agua fresca y traslúcida.
Sonaba una risa sincera y juguetona. Una voz suave. El ruido de las olas. Rebelde.
Todo estaba como aquella tarde. Muy diferente a esta tarde de lluvia. Lejos del mar. Oscura y callada.
"No puedo retener tus olas" le dice la orilla al mar. "Deja entonces que yo guarde en mi corazón tus pisadas". (Tagore)