No sé si acaso he hablado ya de una teoría muy sencilla en la que hace tiempo creía, acerca de los árboles y otras vidas.
Ahora ya no soy tan mística, pero sí creo que es posible que existan mundos paralelos a nuestra realidad, porque en mi mente poco científica no entiendo el sentido del universo, tan inmenso, ni el concepto del tiempo o el espacio, y a veces me pregunto si no quedaron mis huellas en lugares determinados o las huellas y la presencia de otros que allí vivieron alguna escena de su vida, tal vez una escena cotidiana e intrascendente, pero una parte de su historia, al fin y al cabo. Es por eso que existen ciertos lugares con una magia inexplicable, con un aire que se respira distinto, con fantasmas viejos y cansados.
Pero no era eso de lo que quería hablar. Quería hablar de árboles. De la gente que encuentras en el camino. Brian Weiss decía que en nuestras diferentes vidas encontramos a las mismas personas. No sé si yo estaré tirando de las ramas del árbol que no me corresponde. Nos encontramos a las mismas personas, porque nuestra historia es la imagen de un árbol y el universo es una especie de bosque de árboles diferentes. Por eso a veces conocemos a alguien y sentimos que ya lo habíamos visto en alguna parte. Porque seguramente así fue y nuestro subconsciente guarda ese recuerdo muy dentro de nosotros. Tal vez fue un maestro, un amigo, un hermano o un amante. O la panadera de la tiendecita de la esquina. Y en todas las vidas se repiten las misma personas en diferentes facetas, con distintas caras. Como pájaros que viven en las mismas ramas de un árbol que es todo su mundo, un mundo lo suficientemente amplio para andar explorando y descubriendo a lo largo de su vida.
Es posible que por eso sea tan difícil despedirse de determinadas personas. Si es que vuelan a cualquier otra parte, a una rama más alta a la que no alcanza tu vista; a los pies del árbol, junto al tronco, y te da vértigo mirar hacia abajo o si saltan a la rama del árbol contiguo y tú tienes miedo a caer.
Las vidas que nos restan nos encontraremos, tal vez, con otros ojos y otra piel. Una y otra vez. Y repetiremos nuestra historia. O quizá sea de otra forma. Mejor no desandar el camino. El tiempo, dicen, son lecciones que aprender.
(Aunque no sé cómo cuadra en todo esto que mi amiga May esté loca perdida por un chico que vive en las antípodas y se vaya a marchar a Australia, porque si la mayor parte de ese continente es un desierto, ¿qué hay, entonces, de toda esta teoría sin árboles?)
Voy a echarte de menos.