
¿Que por qué me fascinan los pájaros? Ni yo misma lo sé.
Me encanta ese anuncio publicitario que habla de los pájaros. Dice que tienen la capacidad de volar en bandadas a gran velocidad sin apenas rozarse. Son bastante más habilidosos que nosotros, que caminamos dando tumbos y pisotones a quienes quieren acompañarnos en el viaje.
Juan Salvador Gaviota, un regalo que espera en mi mesilla, y que espera ya sin esperanza porque nunca será entregado, habla de la libertad y de quienes sueñan con volar y lo prefieren a comer, comprar o vivir una historia predecible. El libro nos descubre un secreto a voces: el primer paso para aprender a volar es dejar de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado.
Pablo, un niño de 7 años, me dijo el otro día: "Jo, yo quiero volar" Y yo, como todos los adultos que ven un sombrero en el dibujo y tienen que mirar una segunda vez para descubrir que la serpiente se ha zampado un elefante, no creí que se refiriera a la verdadera naturaleza del vuelo.
- ¿No has cogido nunca un avión?- le pregunté.
- Claro, pero yo quiero volar. Me refiero a volar como los pájaros y poder agarrar a uno de ellos en mi vuelo.
- ¿Agarrar a uno? Pablo, ¿no sabes que eso es muy difícil?
- ¿Y por qué? Lo haría antes de abrir mi paracaidas. Buuuufffff.
Y hacía un gesto con las manos en el aire, como si intentara atrapar algo.
- Porque si lo aprietas demasiado el pájaro se ahoga y, por el contrario, si lo sueltas, escapa tan rápidamente y tan lejos que nunca vuelves a alcanzarlo.
- Vaya, ¡qué fastidio!- me dijo él pensativo- Pero yo creo que lo conseguiría.
Y siguió mirando a la ventana, sonriéndose.
Los niños siempre nos sorprenden.
Os regalo algunos de mis fragmentos favoritos del libro, para que aquello que no pude dar, al menos, no se pierda del todo.
Porque a pesar de su pasado solitario, Juan Gaviota había nacido para ser instructor, y su manera de demostrar el amor era compartir algo de la verdad que había visto, con alguna gaviota que estuviese pidiendo sólo la oportunidad de ver la verdad por sí misma.
(¿Cuántos no hemos querido alguna vez ejercer como instructores?)
Esas gaviotas de donde has venido se lo pasan en tierra, graznando y luchando entre ellas. Están a mil kilómetros del cielo. ¡Y tú dices que quieres mostrarles el cielo desde donde están paradas! ¡Juan, ni siquiera pueden ver los extremos de sus propias alas!
Si nuestra amistad depende del espacio y del tiempo, entonces, cuando por fin superemos el espacio y el tiempo, habremos destruido nuestra propia hermandad! Pero supera el espacio, y nos quedará sólo un Aquí. Supera el tiempo, y nos quedará sólo un Ahora. Y entre el Aquí y el Ahora, ¿no crees que podremos volver a vernos un par de veces?
(...) elegimos nuestro mundo venidero mediante lo que hemos aprendido en éste. No aprendas nada, y el próximo mundo será igual que éste, con las mismas limitaciones y pesos de plomo que superar.
-(...) Mi ala. No puedo mover mi ala.
-Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. (...)
- ¿Estás diciendo que puedo volar?
- Digo que eres libre.