El reiki, según lo entiendo, es una forma de sanación japonesa que abre los canales de energía de la persona y los pone en comunicación con la energía universal. En principio, puede parecer mágico o fantasioso, pero ¿acaso no había dejado claro ya que la magia forma parte de la vida?
El lunes, al terminar mi sesión de reiki, salí mareada y con la sensación de estar fuera de mí misma. Caminaba de forma muy ligera y, durante unos minutos, la percepción de las cosas cambió. La noche tenía luces distintas y los olores eran más intensos.
Cientos de imágenes se me habían venido a la cabeza durante la sesión. Abándonate, me habían dicho, y no pude evitar sonreir y esto no va a funcionar.
Pero funcionó.
Los molinos de viento. Puertas que se abrían una detrás de otra. El infinito negro y blanco. El suelo que desaparecía bajo mis pies. Espirales. Geometría de colores, como un caleidoscopio. Y recuerdos. Imágenes que se sucedían sin ningún sentido, como si quisieran hacerme un lavado de cerebro. Imágenes que creía haber olvidado. La arena. Rayos de luz que se colaban por el ventanal de mi aula del trabajo. Humedad en los ojos sin saber por qué. Sueño.
Ahora todo vuelve a estar en calma.
Algunos seguro me reprocharéis que se trata de un efecto placebo. Pero si es así, ¡bendito efecto placebo!
El lunes, al terminar mi sesión de reiki, salí mareada y con la sensación de estar fuera de mí misma. Caminaba de forma muy ligera y, durante unos minutos, la percepción de las cosas cambió. La noche tenía luces distintas y los olores eran más intensos.
Cientos de imágenes se me habían venido a la cabeza durante la sesión. Abándonate, me habían dicho, y no pude evitar sonreir y esto no va a funcionar.
Pero funcionó.
Los molinos de viento. Puertas que se abrían una detrás de otra. El infinito negro y blanco. El suelo que desaparecía bajo mis pies. Espirales. Geometría de colores, como un caleidoscopio. Y recuerdos. Imágenes que se sucedían sin ningún sentido, como si quisieran hacerme un lavado de cerebro. Imágenes que creía haber olvidado. La arena. Rayos de luz que se colaban por el ventanal de mi aula del trabajo. Humedad en los ojos sin saber por qué. Sueño.
Ahora todo vuelve a estar en calma.
Algunos seguro me reprocharéis que se trata de un efecto placebo. Pero si es así, ¡bendito efecto placebo!