En las últimas semanas, me he dado cuenta de que a cierta hora, en el bullicio de un bar, todos, sin excepción, guardamos una historia de desamor.
Todos nos movemos como gatos en un tejado sin saber muy bien dónde está nuestro lugar o hasta cuándo dormiremos solos a la intemperie.
Cuando oigo aquello de que el amor mueve el mundo, no puedo evitar sonreirme y pensar que acaso no es el amor lo que nos mueve, sino el desamor. Es nuestro instinto de supervivencia o esa búsqueda incesante de un sustituto a la felicidad. Una sombra de esperanza que nos acompaña un trecho, y luego el rayo de luna, la pena, y seguir andando, ando y ando.
Y a pesar de todo, a pesar del desencanto, somos guardianes de la caja de Pandora. Ilusionistas. Equilibristas. Y zíngaros. Figuras circenses que no se buscan, para encontrarse. Sonrisas pintadas en la cara y corazones de plástico llenos de lágrimas.