miércoles, 29 de agosto de 2007

¡Viva la revolución!

Amaneció en Vallegrande con neblina y llovizna. Un ambiente enrarecido de camino a la tumba de Tania, la espia que amó al Che, y la de otros guerrilleros. Luego el mausoleo donde encontraron los restos de Ernesto Guevara, un medico de pueblos, no de hombres, tal y como él pretendía.
La gente lo recuerda como una persona buena, de gran carisma. Los ancianos de Vallegrande y La Higuera hablan del Che como si no fuera nadie excepcional, sino uno más. Así quería vivir él, sin ni siquiera un par de sandalias iguales, como algunos de los niños que encontramos en los barrios de Bolivia, del mismo pie, con lo justo para comer. Luchando en primera línea por la libertad de su gente. Porque sentía que a Sudamérica le unía mucho más de lo que le separaba.
Escribió una carta a sus hijos en la que les pedía que crecieran como buenos revolucionarios y que persiguieran la injusticia allá donde la encontrasen.
Tenia muy claro que en la historia de los pueblos había que incluir a los pobres.
Cuentan que nadie se atrevía a matarlo, que al sargento Teerán le temblaba la mano en el gatillo, que finalmente fue un soldado, que previamente se había emborrachado, quien se encargó de balearlo. Pero las malas lenguas hablan de que fue el mismo Fidel Castro, que se veía eclipsado por la figura del Che en su propia Cuba, quien dio la orden. Dí buen día a papá.
En Vallegrande y La Higuera hay cierta energía que uno no puede evitar sentir. Me recorría el estómago y la columna vertebral. Seguí los caminos sin asfaltar hasta el pueblo fantasma de La Higuera, que abandonaron por miedo a represalias la mayor parte de las familias, charlando sobre utopías e historias increíbles.
Nadie con un espíritu un poquito revolucionario debería dejar de ir allí, porque da la verdadera sensación de que Che vive.