viernes, 14 de septiembre de 2007

Cigarras

A mi llegada a Santa Cruz el calor no me dejó dormir hasta muy tarde.
Los niños me despertaron en la guardería. Me abrazaban, me preguntaban dónde había estado. No querían que volviera a mi habitación.
Durante todo el día no he dejado de escuchar el ruido de las cigarras alrededor. Y había olvidado que vivo acompañada de ranas que visitan mi baño de vez en cuando.

No pensé que había echado tanto de menos a mis niños.
Diego está enfermo. He tenido que ducharlo después de que se vomitara encima. Me miraba con miedo a que fuera a reñirle. Se está pelando completamente, no sé debido a qué.
Lorena sigue llorando cuando me acerco a ella y me dice que no con la cabeza porque no quiere volver al médico. Pero tiene la barriga hinchada, con parásitos posiblemente, y el cuerpo delgado. La frente llena de granitos de alergia. Y no quiere comer.
Abi aún retira la mano en la que le falta el pulgar cuando le llevo a lavarse las manos antes de comer.
Rodrigo llora por la mañana porque no quiere venir a la guardería y luego me abraza hasta romperme casi el cuello.
A Ilen el pelo le brilla más desde hace unas semanas. Se le estaba cayendo y tenía costras por toda la cabeza. Ahora se le dibuja una sonrisa cuando le dices lo guapa que está.

Las cigarras se oyen como un ultrasonido. Y en mi barrio, la otra Bolivia, como me dijo ayer un cooperante español, la Bolivia que uno se imagina, de chabolas y pobreza, el calor bochornoso no nos deja dormir.