No sé hasta qué punto es cierta o no esta anécdota. A Paul Auster le gusta contar historias dentro de otras historias, pero sí he constatado que Withman era aficionado a la frenología, una pseudociencia que estudia las correlaciones entre la forma y el tamaño del cerebro y la personalidad.
En cualquier caso, me ha parecido un caso tan curioso y tan tremendamente irónico, que quería compartirlo.
Como decía, Withman creía en la ciencia de la frenología y dejó permiso para que analizaran y estudiaran las protuberancias de su cerebro a través de una autopsia, una vez hubiera muerto.
Es una historia rara. Mucha gente pensaba que Withman era un genio y sentía curiosidad por comprobar si había algo de especial en su cerebro. Así que, tras su muerte, éste fue enviado a la Sociedad Antropométrica Americana para pesarlo y medirlo. Y justo cuando llegó a laboratorio, un auxiliar torpe y descarado lo dejó caer al suelo. Allí, desparramado por el suelo como si fuera una sopa espesa, acabó el cerebro de uno de los más grandes poetas de la Historia Universal de la Literatura.
El pobre Withman, eternamente descerebrado en su tumba.