jueves, 8 de mayo de 2008

Góngora anacrónico

Sentado frente a la barra del bar habitual, Paco le escuchó hablar de la maravillosa exposición de vanguardia que había llegado a la ciudad, de las nuevas tendencias del cine paquistaní y de un interesante documental del apareamiento de los pingüinos que había visto en la 2.
Con ademanes afectados, y con disimulo, le miraba de reojo el escote a la chica, parapetando sus ojos de ardilla por encima de las gafas de pasta y de la nariz prominente. Como también de reojo comprobaba haber superado la calificación de cada uno de sus exámenes cuando eran compañeros de colegio.
Paco anotó después en su cuaderno sintiendo suyo aquel satírico verso "Érase un hombre a una nariz pegado". Y aquella misma noche terminó el poema mientras se tomaba unas cañas.