El hombre es un lobo para el hombre, escuchaba decir yo en la clase de filosofía en el instituto, aunque por entonces aún no me lo creía del todo.
Con el paso del tiempo y de ediciones del telediario, las minas antipersona y los niños que jugaban un partido de fútbol y despertaron mutilados en un hospital, las muertes por violencia de género, los atentados terroristas, los abusos indiscriminados, las guerras que esgrimen como excusa la religión, la libertad, el reparto del territorio, conductores que infringen las normas de circulación poniendo en riesgo la vida de otros, la pobreza de muchos, el derroche de unos pocos, los empresarios que siguen tranquilamente conduciendo sus Mercedes Benz después de despedir a un par de empleados (ya lo decía una amiga mía la otra tarde), las lapidaciones y otras barbaridades y la violación de los derechos humanos en nombre de qué se yo (no me extraña que Buda explotara por vergüenza).
Con el paso del tiempo, he perdido la capacidad de ver una edición del telediario de principio a fin, sin ponerme a llorar y que mi abuela se ría y me dé una razón muy simple para ella como consuelo, que ni siquiera conozco a esa gente. Pero el caso es que hay cosas que nos unen, a toda esa gente y a mí.
Homo homini lupus, qué cabrones los romanos que ya lo sabían casi todo. Porque así es; el hombre no tiene suficiente con el cáncer, el SIDA, los infartos, las muertes accidentales o la gripe A; somos egoístas y ambiciosos, fomentamos la envidia y el miedo, no sabemos convivir. Asesinamos y, por si fuera poco, a veces, hasta nos autodestruimos.
Esto no es el síndrome postvacacional. Probablemente responda sólo a un mal día, pero ahí queda la reflexión. Para apuntes más esperanzadores, habrá que seguir leyendo.