Debía de ser amor.
Le gustaba de ella cada pequeño detalle.
Los ojos almendrados. Sus lecturas. La media sonrisa en el reflejo del cristal. El olor a colonia de bebé. La música que escuchaba (tan alto que a veces le llegaba el sonido a través de los auriculares del i-pod). La boca húmeda por el brillo de labios.
Disfrutaba cuando la veía cojear con gracia por el pasillo. Porque sus pasos torpes anunciaban un episodio más de su historia.
Diez minutos al día sentados en el mismo vagón de metro hacían indudable la cuestión. Estaba enamorado.
Pero esperaba en vano que ella lo adelantara de camino a la salida. Qué importaba con qué excusa. Un cigarrillo. La hora. ¿Qué pasillo lleva a la línea 1?
Hasta que un día -quién sabe con qué pretexto- desapareció.