De poco o nada sirvió el tamaño de mis pupilas o que me permitan ver mejor en la oscuridad (según diagnóstico oftalmológico) porque en el Chapare no pescamos ni un solo surubí.
Sin embargo, allá en medio de ninguna parte, en la oscuridad y el silencio del trópico cochabambino, descubrí algo que me llenó de paz.
No puedo decirlo. Es un secreto entre el río Ichilo y yo.