La vida en países como este te hace recordar que las cosas simples son las que verdaderamente importan.
Unas sábanas frescas a la noche. Una sopa caliente para tomar cuando estás enfermo. Compartir una tarde de charla con los amigos. Una llamada desde España. Un abrazo cálido y sincero de un amigo. Algo de dinero en los bolsillos. Alguien que te da la mano para que no resbales en el piso. Escuchar una vieja canción conocida. La lengua de trapo de un niño que dice tu nombre. Agua fresca para calmar la sed. Unos niños que escuchan un cuento. Uno que pregunta con curiosidad por aprender. Una familia que te espera. Otra que te adopta a diez mil kilometros de casa y te recoge con los brazos abiertos. Cerrar los ojos y que te dé el sol en la cara. Sentirte útil.
Y pasear bajo las estrellas.
Entre otras muchas nimiedades.