(...) el río está a la vez en todas partes, en su origen y en su desmbocadura, en la cascada, alrededor de la barca, en los rápidos, en el mar, en la montaña, en todas partes simultáneamente, y (...) para él no existe más que el presente, sin la menor sombra de pasado o de futuro.
(...) me puse a contemplar mi vida y advertí que ella también era un río y que nada real, sino tan sólo sombras, separan al Siddharta niño del Siddharta hombre y del Siddharta anciano.
¡Cuántas veces olvida uno lecciones aprendidas en el pasado! Cuando leí el Siddharta, recuerdo que cada página fue una revelación para mí. Que cerraba el libro a cada capítulo y pensaba qué podía aprender de todo ello. Aprendí. Y luego olvidé tan rápidamente como olvidamos los hombres.
Todo fluye. Todo es efímero. Intentar agarrarse a una rama de la orilla es ciertamente inútil. La arrancarás. Y seguirás flotando. O sumergido. Sumergirse es agradable. Bucear y verlo todo distorsionado con los ojos de un pez. Ver que todo en la vida está en el inicio y en el final. Que el agua te cala los huesos. Que la vida brota desde dentro. Que las personas que nos cruzamos en este devenir pertenecen a lugares distintos. A caudales distintos.
Cuando comprendes esto, nada es lo suficientemente importante como para dejar que las aguas se estanquen. O como para dejarte hundir con piedras en los bolsillos.
Cada caudal de vida es único. Libre de seguir su cauce. Fuera de ese cauce, pierde toda energía, todo sentido. Fuera de ese cauce, el río no es el mismo. Es sólo agua que se desborda.