domingo, 15 de junio de 2008

Cuentos africanos en Guadalajara

Un fin de semana escuchando, buscando y descubriendo relatos. Música y voces que llegan desde el otro lado del estrecho hasta la 17ª Maratón de Cuentos en Guadalajara. Niños, jóvenes y no tan jóvenes tratando de recuperar la bonita tradición de la oralidad reunidos una laaaaaarga y fría noche. Un rato compartiendo imaginaciones junto a un jardín en el que hay instaladas varias jaimas. Sombras chinescas, inciensos, Kalandraka, mesitas bajas y té.


Njad nunca dejaba de llorar. Era un niño como los demás. Vivía con sus padres, iba a la escuela, ayudaba en las tareas del campo. Pero no dejaba nunca de llorar.
Todas las gentes del poblado estaban muy preocupadas. Veían a Njad siempre tan triste.
Lo habían llevado a un curandero anciano y sabio que preparó varios ünguentos. Pero no sirvieron para nada.
Había tratado de ayudarlo el hechicero de un poblado vecino que conocía conjuros ancestrales. Pero Njad seguía llorando.
Había llegado un médico de unas lejanas tierras y nada habían podido hacer sus remedios.
Hasta que un día Malika, una niña de su edad, le preguntó por qué no dejaba de llorar.

- No sé cómo hacerlo- le respondió él.
- Prueba a subirte en ese árbol- le sugirió la niña.

Y Njad trepó al árbol. A uno de los árboles más altos de la región, un árbol fuerte y frondoso.
Desde arriba podía ver los campos que se unían al cielo en el horizonte, las montañas, y escuchaba los ruidos de los animales, las voces de las gentes de los poblados vecinos. Todo era distinto y fascinante.
La actividad del poblado se paró, todo quedó en silencio, todos se dieron la vuelta para mirar a Njad allá en lo más alto de aquel árbol. Que había dejado de llorar.

Y desde entonces, cada año las gentes del poblado se reúnen bajo la sombra de ese árbol para que Njad les cuente lo que pudo ver desde allá arriba aquella tarde en que Malika, una niña de su edad, le hizo ver el mundo desde otro punto de vista.