Hace un par de años que dejé sin entregar un regalo. Alguien me lo recordó hoy. Una buena amiga me dijo que los círculos deben cerrarse, para que una nueva puerta se abra.
Y no encontrando forma de que este libro llegue a esa persona, imaginé que esto equilibraría el karma, las energías que fluyen y que nos influyen, y me permitiría quitarme un poquito la coraza.
Chiang habló con lentitud, observando a la joven gaviota muy cuidadosamente.
- Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier lugar que exista -dijo-, debes empezar por saber que ya has llegado...
El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo.
A él, aunque ya apenas recuerde su voz, después de tanto tiempo, que un día me dijo que quería ser pájaro, le entrego la clave del manual de Richard Bach, al que no es la primera vez que dedico una entrada. Esto es lo que nunca le dije, que el ser humano es extraordinario y que no existe limitación ninguna para volar en libertad, porque las cadenas más pesadas son aquellas que nos oprimen por dentro: el miedo, la inseguridad, la vergüenza, la culpa, la pereza, la baja autoestima o el saberse derrotado antes de comenzar la batalla.