jueves, 31 de julio de 2008

Miedo al agua

Me ocurre una cosa curiosa. Este verano el agua me da miedo o pereza o indiferencia.

Cuando era pequeña mi madre entraba a buscarme al recinto de la piscina con aquella cantinela, van a salirte escamas. Y yo, con inocencia, me miraba siempre las palmas de las manos, arrugadas por el agua, y me asustaba un poquito.

Este verano sólo me refresco los pies.

Es como cuando te preguntan cómo te imaginas el bosque y el agua que encuentras en tu camino y no sabes si zambullirte en ese río y atravesarlo a nado o tomar una canoa. Pruebas a empapar los dedos, las plantas de los pies, junto a la orilla y, cuando notas el escalofrío, brrrrrr!, te echas atrás. Así que te sientas junto al río a escuchar el ruido del agua.

Yo veo a la gente que salpica y juega en la piscina y me quedo pensativa preguntándome, por qué este maldito verano no quiero refrescarme. Y nadar hasta convertirme en un pez, pequeñito y de colores, que pueda escapar por el desagüe.