Me he estado preguntando cuál es el punto en el que el camino de dos personas converge y cuándo el momento en que las mismas líneas se separan hasta disiparse en la distancia.
Todo lo que aprendemos de la gente que sigue un día nuestros mismos pasos se queda grabado en la piel, a pesar de que luego de repente, sin haberlo esperado, desaparezcan como fantasmas.
¿Cuántos pasos damos de la mano? ¿y cuánto tiempo nos quedamos luego estancados en el lugar del adiós? ¿En cuántas otras vidas nos habremos conocido antes?
En verdad,
cuesta soltar amarras y aceptar que a veces los caminos apuntan en la dirección contraria, que unos quieren subir alto, a 3000 metros nada menos, y otros, sin embargo, se quedan con los pies muy cerca del suelo para evitar caer. Que unos miran tranquilos hacia el este y otros se aventuran sin mapa hacia un oeste desconocido y nuevo. Que unos van y otros vienen, como reza el dicho.
Y sin embargo, no creo que haya nunca que despedirse de los buenos amigos porque volveremos a encontrarnos. Esta vida es increiblemente sorprendente y gira en espiral. El tiempo doblará esas líneas de convergencia hasta hacerlas oblicuas y juntarlas otra vez en un espacio que aún no existe.
Aunque no seamos ya los mismos.