
Una amiga me regaló el otro día la columna de un periódico que suelen repartir cada mañana en el metro con una bonita reflexión.
"Al final, tú contigo" se titulaba.
Desde luego, nunca nos quedamos solos. Siempre estamos con nosotros mismos. Y a veces, hasta tenemos que soportarnos. En esos días grises y monótonos. Y amarillos chillones y efervescentes. Algunos negros y tristes.
Pero así y todo, vamos tan acelerados por conocer a otros, por charlar con otros, por salir de cañas con otros, por darles nuestro amor a otros, que nos olvidamos de nosotros mismos. "Estaba tan seguro de que su triunfo consistía en agradar a los demás que se le olvidó agradarse a sí mismo", decía el artículo.
"Muchos vacíos de vida se producen por error de entrega de vida. Nos regalamos sin construirnos ni valorarnos. Buscamos amores ajenos y olvidamos el amor propio (...) Aquellas reinas de noches de sofá y cama, aquellos vampiros chupadores de espejismos de luna menguante, todos sin excepción se fueron desvaneciendo entre rutinas de calendarios sin historia hasta que un día, de repente los envolvió el gran nubarrón del alma, que es ese momento en que mirándote al espejo no te ves. Se desaparecieron de sí mismos porque su yo, a cambio de nada se lo habían dado a otros". Amores de barra. Querencias que sólo son respondidas con desprecio. Parejas que se mimetizan y no saben crecer individualmente, sino sólo en su unión, siamesas. Hasta que el amor se acaba. Relaciones sociales fingidas. Ambiciones de fama y poder. Todo se acaba quedando en nada. "De vez en cuando hay que sustituir paisaje por espejo y mirarse en silencio para reconocerse (...) Saber verse, husmearse, criticarse y quererse. Hablarse... hacerse preguntas". Quererse siempre. Conocer lo bueno y reconocerse también en lo malo. Y aceptarse.
EL artículo terminaba de la mejor forma posible, haciendo referencia a la "gran feria de los abalorios humanos", que es, por desgracia, un poco, nuestro mundo, y a aquello que ya decía yo al comienzo de este post. Que al final uno siempre queda consigo, para encontrarse. Pues como dijo Hesse, esa es la verdadera misión que se nos ha encomendado.
Gracias, S., por recordarme que siempre he de responder primero ante mí misma.