Desatornillaba los dedos de una mano y los dejaba sobre la mesa. Para desatronillar los de la otra utilizaba los dientes. Después dormía un sueño profundo y lento y durante él los dedos vivían su vida. (Antonio Fernández Molina)
El otro día, leyendo microrrelatos, decubrí este texto que me recordó inevitablemente esos otros versos de Ángel González que hace poco le repetí a alguien de memoria, por ver si a él también le gustaban mis ojos. Grandes.
Le comenté:
- Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
- Te gustan solos o con rimel?
-Grandes,
respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.