De vuelta a casa, venía pensando en la muerte de dos montañeros en el Espigüete la pasada semana.
Me dí cuenta de repente que lo importante no es cómo morimos, sino cómo vivimos. Que la muerte es amarga en todas sus caras y que lo único que podemos elegir es cómo pasar nuestro tiempo aquí.
Lo mejor es vivir de acuerdo a nuestras convicciones, fieles a nuestras pasiones para que al mirar atrás nos reconozcamos en la persona que fuimos. Repartir y compartir felicidad en la medida de lo posible con los que están cerca. Y no rendirnos en el empeño de guiar nuestros pasos allá donde un día lo soñamos.