Le dijeron que los árboles hablan, que se comunican entre sí de alguna extraña forma. Así que se sentó a la sombra de un sauce, muy pegada al tronco, muy en silencio, muy triste, para escucharlo.
Se hizo de noche. El viento movía las ramas de los sauces, los pliegues del vestido de ella. El tronco le abrazó tanto a la joven que la piel se le arrugó como la corteza y el pelo castaño reverdeció de tal manera que a la mañana siguiente era una Dafne más en aquel bosque de sauces.
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